Si eres un fanático de la serie Game of Thrones, recordarás con gran dolor el capítulo de “La boda roja”, y si crees que esto salió completamente de la imaginación de George Martin, no es así, antes de él hubo otra persona que tuvo la macabra imaginación de invitar a un gran banquete, solo para dar de postre a sus invitados una terrible masacre, con la diferencia de que esa persona, si existió y ese banquete sí sucedió.
Se trata de Vlad Tepes “El Empalador”, rey de Valaquia, y quien, desde su tiempo ha sido inspiración de terribles historias, brutales y sangrientas. Se hizo famoso por lo implacable de sus actos de guerra, así como por sus inimaginables torturas, que fuera de tener una implicación estratégica, parecen más influenciados por sus propios instintos, como si torturar gente fuera un mero pasatiempo.
Su leyenda fue tal, que siglos después de su existencia, inspiraría al escritor Bram Stoker para escribir “Drácula”, igual de sanguinario y brutal que su contraparte rumana. Dicho nombre proviene del nombre del padre de Vlad: Vlad Dracul (que significa demonio), y su terrible desprecio por los otomanos surgió desde su niñez, cuando el imperio les ordenó a todos los nobles que enviaran a algunos de sus hijos a Estambul como rehenes.
Para el caso de Vlad Dracul, elegiría al propio Vlad y a su hermano Radu. Sin embargo, sería a su regreso a Valaquia que desataría toda su crueldad en búsqueda de venganza.
Cuando finalmente regresó, lo hizo solo para encontrar que ahora él era el rey de Valaquia, pues su padre había muerto apaleado y su hermano fue enterrado vivo luego de haberle quemado los ojos con hierro candente.
Esto había sido ordenado por el conde Juan Hunyadi, antiguo aliado de la familia, la aristocracia local y los boyardos. Y serían estos últimos quienes experimentarían primero toda la furia de Vlad.
En la cena de pascua de 1459 invitaría a dichos boyardos a cenar con él un banquete, solo para acabar matando a la mayoría en venganza por la terrible muerte de sus familiares, empalando a los más grandes y convirtiendo prácticamente en esclavos a los más jóvenes, quienes fueron obligados a construir grandes edificaciones en las cuales la gran mayoría acabó perdiendo la vida.
Pero esto sólo sería el comienzo de su macabra historia de atrocidades, pues empalar gente se volvería una marca de su reinado. Se sabe que para infundir miedo, respeto y un control absoluto hacia las ciudades que estaban bajo su reinado y se negaron a rendirle tributo, las atacó y llegó a empalar más de 60,000 personas, mientras otras más eran torturadas por otros medios.
Se tiene registro histórico que llegó a disfrutar tanto de este método, que algunos empalamientos los organizaba a manera geométrica mientras que a veces solo se sentía satisfecho viendo los “bosques” de picas humanas que su crueldad era capaz de crear.
Alcanzó tal extremo, que llegó a perfeccionar el empalamiento como un arte o una ciencia. Aprendiendo a notar que la manera más dolorosa de matar a sus víctimas, sin importar que fueran hombres o mujeres, era clavando la pica al suelo y posteriormente dejarlos caer ensartando el pico en sus genitales, mientras que en las mujeres entraba por la vagina, la rasgaba e iba subiendo por el cuerpo mientas rasgaba el resto de órganos hasta salir por la boca; en los hombres lo introducían por el ano, dejando que la pica poco a poco fuera atravesando sus intestinos hasta salir por el estómago.
Tales paisajes macabros le ganaron una reputación de demonio. La cual llegó a su límite para sus enemigos cuando unos diplomáticos turcos fueron enviados a visitarlo, y al no quitarse las boinas ante su presencia Vlad se indignó, pero ellos aseguraron que era parte de su costumbre y que no se lo quitaban ante nunca ni ante nadie. Para asegurarse de que decían la verdad, Vlad les clavó las boinas en la cabeza.
Luego de esto Vlad se declaró independiente del imperio otomano y entonces marcó su muerte, pues entre traiciones y guerras vivió sus últimos años, en los que acabó muriendo a manos de los mismos boyardos que mataron años atrás a su padre. Para declarar su victoria y comprobar la muerte de Vlad El Empalador, llevaron su cabeza a exponer en una estaca en Constantinopla.
Siglos después, Bram Stoker sabría la historia por boca del erudito húngaro Arminius Vámbéry, haciendo su propia versión, más fantasiosa de los hechos, pero igualmente terribles y sangrientos.