
Para todos aquellos que sepan un poco de historia, sabrán que uno de los peores lugares que han existido en la tierra fue el campo de concentración Auschwitz, de los nazis de la Segunda Guerra Mundial. Vivir ahí seguramente era peor que ir a la guerra misma, fue un espacio en el que se recluyó a todos aquello que Alemania no consideraba gratos, como los gitanos, la gente de color, alemanes disidentes, pero principalmente los judíos. Y fue en este terrible lugar, responsable de cientos de miles de personas, en el que vivió Irma Grese, la “Bella Bestia” o “El Ángel de la muerte”.
Desde joven, Irma fue una seguidora fanática de Hitler, por lo que a pesar de no ser muy buena en los estudios, se sale de la escuela y con apenas 18 años, se presenta voluntaria en la Liga de la Juventud Alemana. Al hacerlo sin el permiso de su padre, éste la corrió de su casa, pero Irma, demostrando su crueldad desde aquel entonces, lo denunció como venganza y fue encarcelado.
La joven fue ascendiendo en poder y pronto fue una miembro de la SS, y en 1943 entró como Guarda Femenina en Auschwitz, y fue su alta devoción y lealtad al partido lo que la ascendieron rápidamente a Supervisora. Bajo su dominio había aproximadamente 30,000 reclusos, principalmente judíos.
Las supervivientes la recuerdan como una mujer bella, pulcra y sumamente cruel: “Se adelantaba hacia las prisioneras con su andar ondulante y sus caderas en movimiento. Los ojos de las cuarenta mil desventuradas mujeres, mudas e inmóviles se clavaban en ella. Era de estatura mediana, estaba elegantemente ataviada y tenía el cabello impecablemente arreglado. Sacudía fustazos adonde se le antojaba y a nosotras no nos tocaba más que aguantar lo mejor que pudiéramos. Nuestras contorsiones de dolor y la sangre que derramábamos la hacían sonreír”.
Se cuenta que ella se refería a los reclusos como “presas”, y de esta forma los seleccionaba para torturarlos a placer. Quienes solían ser seleccionadas eran mujeres bonitas, que el hambre no hubiera hecho perder la figura o hasta mujeres que tuvieran un rastro de belleza pasado. Incluso se habla de orgías que organizaba con las prisioneras y miembros de la SS, pero de esto no existen confirmaciones reales.
Sin embargo, sus métodos de tortura preferidos eran sus dos perros y su látigo. A los dos primeros los solía mantener con hambre hasta que los llevaba con las prisioneras, solo para elegir una y dejar que los perros la devorasen, mientras Grese reía escuchando los horribles gritos de dolor. El segundo era el látigo de cuero que siempre traía consigo, y bajo el cual se cuenta murieron muchas personas, que se desmayaban y desangraban ante tanto golpe.
Otra de sus perversiones tenía que ver con los senos de las prisioneras, los cuales golpeaba con latigazos para que las heridas se infectaran y acabaran perdiéndolos, esta información declarada por Gisella Perl, la ginecóloga del campo que aseguró también que Grese se excitaba con esto de alguna manera.
Pero tal vez lo más inquietante de sus tratos con los prisioneros fue el que tuvo con una niña española que desde el principio tuvo a su lado. Según Grese la había hecho su sirvienta, pero según los sobrevivientes era más que eso, llegando a ser su esclava en todos los sentidos, tanto en hacer todo lo que le pidiera, lo que incluía peticiones sexuales.
Cuando los aliados llegaron al campo y capturaron a Grese, dicen que no parecía una joven de 22 años, sino daba la apariencia de alguien mayor, endurecida por el tiempo. Cuando se le dio condena de muerte por sus crímenes de guerra solo dijo una cosa: “Rápido”.