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La sombra de los muertos en Hiroshima

El infierno existió, aunque fuera durante un par de minutos, a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, el infierno estuvo en la tierra. Específicamente en Hiroshima, Japón, y fue gracias a la bomba que el Enola Gay soltó a 580 metros sobre la ciudad. Gracias a ella, la primera bomba atómica utilizada en una población, que 70,000 personas murieron al instante, completamente calcinadas y hechas polvo. Arrasando la vegetación por 120 kilómetros a la redonda y tirando los edificios a 5 kilómetros.

Todos estos son datos que conocemos. Que el número de muertos casi se dobló en un par de horas gracias a la lluvia de radiación que dejó la explosión. Que todos los relojes encontrados en la zona de muerte quedaron detenidos en las 8:15. Que las personas que sobrevivieron sufrieron los estragos de la radiación y la discriminación del resto de la población gracias a que se creía que la radiación era contagiosa. Pero existe algo más, la prueba más escalofriante de toda la muerte y destrucción que tuvo lugar ese día: la sombra de los muertos.

24 horas después de la explosión de la segunda bomba, llegó a Hiroshima el joven fotógrafo Yosuke Yamahata, enviado del Ejército Japonés para documentar los estragos de esta “nueva arma”. Durante horas estuvo caminando entre muertos y estragos, veía a los sobrevivientes intentando encontrar a sus familiares, mientras que los más afectados intentaban ser ayudados sin ningún éxito. Al parecer en ese entonces se descubrió que la radiación eliminaba los glóbulos blancos del cuerpo, por lo que, a pesar de ser tratados como víctimas de quemaduras, el cuerpo simplemente no podía repararse, al momento de introducir las agujas al cuerpo, la piel se pudría y morían siendo licuados por dentro, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.

Todo esto lo presenció Yamahata, y de esta forma consiguió las fotos más horribles que se podrían hacer. Pero las que se recuerdan con mayor terror son las sombras. Al pasear por las calles, Yamahata se percató de algo, muchas sombras inusuales se esparcían donde no debían estar. Sombras de personas que no estaban ahí, sombras de objetos que no coincidían con la luz natural del sol. Al investigarse se encontró que la temperatura extrema que había desatado la bomba había provocado una luz tan intensa que “impregno” las sombras de las personas y las cosas en las paredes y suelos. Se le denominó la “sombra nuclear”.

De esta forma se encontró una sombra en los escalones de un banco, seguramente se trató de una persona que se sentó a esperar a que abrieran y fue lo último que hizo. También sombras enteras de personas que debieron voltear hacia la explosión antes de ser pulverizados. Sombras de edificios y puentes quedaron grabadas por años. Y ahí quedaron por mucho tiempo, como un recuerdo de los estragos. Pero con el tiempo fueron difuminándose.

Y tal vez entonces no resulte tan extraño que los Estados Unidos, luego de alzarse victorioso obligó a los japoneses a que eliminaran todos los archivos y fotografías respecto a los efectos de la explosión. Pero gracias a quienes no lo cumplieron hoy podemos ser testigos de las horribles consecuencias de una guerra.