Cuando pensamos en sacerdotes solemos pensar en guías espirituales y portavoces de Dios, y en ocasiones más oscuras, en exorcismos. Suelen ser cosas buenas las que pensamos de ellos, pero no siempre ha sido así, y una de esas ocasiones es esta historia del siglo XV, cuando un sacerdote, respondiendo solo a sus instintos y deseos carnales, decidiría pactar con el demonio.
En el año de 1634, en la pequeña ciudad de Loudun, Francia, había un convento de monjas ursulinas. No tenía más de 10 años de haber sido fundado cuando las monjas comenzaron a tener ciertas visiones que resultaban cuanto menos inquietantes, que podían haber pasado por una simple pesadilla para ellas, de no ser por lo recurrente que se volvió en el sueño de la mayoría, siempre parecido en todos los casos.
Aquello que veían no era otra cosa que al cura párroco de la Parroquia de la ciudad: Urbain Grandier. Un hombre muy bien parecido, de belleza y carácter refinado, que según la historia no dejaba indiferente.
En el sueño Grandier se aparecía a las monjas a manera de ángel, atravesando la ventana volando, pero a diferencia de un ángel, Grandier no venía a realizar un milagro, sino a seducir a las mujeres. Mismas que regularmente acababan cediendo ante el bello ángel, y según los testimonios de las demás, el convento comenzó a experimentar tan seguido este fenómeno que era imposible conciliar el sueño por los gemidos de las monjas.
Sin embargo, no todo con el cura era perfecto y dichas visiones o sueños parecían estar más cerca de la realidad de lo que las monjas hubieran gustado, pues, era bien sabido por la iglesia que a Grandier le disgustaba especialmente el celibato sacerdotal, no solo por haber presentado quejas escritas en su contra, sino por diversas relaciones que había tenido con distintas mujeres de la ciudad.
Por lo que, el que pudiera ser real sus visiones solo para alimentar los deseos del cura les aterraba, pero además de eso comenzaron a sufrir diversos sucesos extraños, como desmayos repentinos, comentarios en lenguas que desconocían o blasfemias de las que no tenían control, por lo que buscaron confesarse, eso si, con un cura que no fuera Grandier.
El cura que tomó las confesiones se llamaba Mignon, justamente alguien con quien Grandier había tenido problemas en el pasado, por lo que se cuenta que aquel tomara tan en serio las acusaciones como para pedir una investigación por parte de la iglesia. Mignon lo acusó inmediatamente de brujería y de usar un ramo de rosas para lanzar demonios al convento, lo que culminó con exorcismos de las monjas, que resultaron bastante agresivas, pues las mujeres sufrían continuamente desmayos y convulsiones.
Sin embargo un cardenal estudió el caso y decidió que no tenía fundamento y acabó con las acusaciones, pero Mignon y las monjas no planeaban rendirse por lo que se acercaron a Jean de Laubardemont, quien contactó al Cardenal Richelieu, por lo que la investigación volvió y en esta ocasión se encontró algo igualmente interesante que preocupante, pues uno de los sacerdotes encargados de buscar pruebas de la dichosa brujería de Grandier encontró un papel firmado con sangre: un pacto con el demonio Asmodeus.
Las pruebas y el pacto mismo afirmaban haber sido entregados por el demonio mismo al cura, y decía: “Juro que al dejar esta criatura dejaré una marca bajo su corazón como un alfiler, y que este agujereará su camisa y su ropa, dejando una marca de sangre. Y mañana, en mayo 20 a las cinco de la tarde del sábado, prometo que los demonios Gresil y Amand harán su apertura de la misma manera, pero un poco más pequeña, y apruebo las promesas hechas por Leviatán, Behemot, Beherie con sus compañeros para firmar, cuando salgan, el registro de la Iglesia de St. Croix…”
Dichas heridas dejadas por los demonios fueron encontradas en el cuerpo de Grandier y se verificó de esta forma que las visiones de las monjas habían sido enfundadas por Grandier y los demonios.
El cura fue torturado hasta confesar y acabó ardiendo en la hoguera. Pero no antes de maldecirlos y anunciar que los que lo inculparon fallecerían muertes cruentas y dolorosas, mismas que, coincidencia o no, se cumplieron. Dicho pacto sigue existiendo y es el mostrado en la foto, aunque hay quienes afirman que se trata de un engaño.